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Nuestro trabajo en el campo de las tradiciones orales mágicas se inició formalmente a finales del siglo pasado. Sin embargo, cuando me preguntan sobre el origen de la inquietud por las historias de aparecidos, casas y sitios encantados, lagunas y cerros asombrados, animales extraordinarios, lobisones y brujas, mi respuesta se remonta mucho más allá. Era aún niño cuando mi padre trabajaba en una granja cercana al pueblo de Lascano, en el este uruguayo. Yo, irremediablemente montevideano, iba a visitarlo una vez al año con la secreta pasión de participar en las ruedas de los peones, mate por medio, en las que aquella gente de vida sencilla y laboriosa era capaz de contar historias que me producían un sentimiento especial, una rara mezcla de fascinación y miedo. Creo que, en buena medida, mi trabajo de las últimas dos décadas ha sido un largo intento de reencuentro con ese sentimiento y la comprensión de esa magia popular que, en años lejanos, me advirtió sobre la muerte y sus significados.

Tradiciones orales

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