Rosita Pochi
- Néstor Ganduglia
- 3 jul 2014
- 1 Min. de lectura
La gente guaraní del pueblo de Embarcación, en la Provincia de Salta, me contó cierta vez de Rosita Pochi, una mujer de su comunidad, bellísima por atractiva, por la sonrisa, por buena gente y solidaria, y porque era la contadora de historias más genial que se recuerde. Eso la hacía el alma de las fiestas, donde embobaba a todos los hombres porque parecía que por su garganta hablaban los Agüero-agüero, los mismísimos espíritus de las generaciones viejas que viven en el monte. Tal era el embelesamiento masculino con la muchacha, que las mujeres de la comunidad creyeron que les robaría a sus maridos. Ya eran montones los chismes sobre los amores prohibidos de Rosita cuando su propio marido la invitó, cuentan, a juntar leña cerca del río. Nadie volvió a verla, y el hombre inventó que se había ido con otro para que las mujeres se condolieran y los hombres la olvidaran. Pero resultó que una noche, cuando florecía Caperigua y maduraba el maíz, la comunidad se despertó escuchando en la oscuridad de la madrugada una melodía tan dulce, tan atractiva y perfecta, que pocos dudaron en meterse al monte para oírla mejor. Volvieron con el alma repleta de una Fiesta Grande a la que todavía llaman Areté Guazú, la Fiesta del Tiempo Verdadero, en que el tiempo chiquito de todos los días se para de golpe, el maíz regala chicha y la gente sale en procesión a reencontrarse con sus muertos queridos y a escuchar sus historias antes de que empiece el baile donde bailan todos juntos, hombres y mujeres, muertos y vivos, como un solo pueblo.Tomado de “País de magias escondidas”, tomo 1
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