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La luz de Rincón de Aparicio

En Rincón de Aparicio, al corazón del departamento de Lavalleja, hay todavía una casa en ruinas que alguna vez perteneció a Juan y a su mujer. La relación entre los dos nunca fue muy buena, el hombre era muy bruto y cada tanto había escándalo en el pago por las palizas que la doña se llevaba en el lomo. La última fue la peor, cuando Juan le descubrió a su mujer un romance con el que ella quiso remediar en algo la tremenda soledad de su existencia, casi enteramente dedicada a cuidar la quinta, mimar al perro y penar en vida a la sombra de un canelón que ella quería mucho. Tan dura fue la paliza que la mató, y cuando se dio cuenta de lo que había hecho, el hombre enterró a su mujer y corrió por el pago la voz de que ella se había ido con la madre que vivía en Melo.

Así hubieran quedado las cosas, si no fuera porque Juan se despertó una noche con el dormitorio alumbrado por un resplandor intenso, como si fuera de día, pero a las dos de la mañana. Se levantó de un salto y quedó boquiabierto con la bola de luz que salía de abajo de la cama, azul y chisporroteante, que lo hizo tiritar en pleno verano y salir disparado por la puerta estrecha de la casa. Por allí también salió aquel resplandor redondo, mientras el marido lo veía meterse entre las hojas del canelón y al perro caminar tranquilo atrás de la luz y moviendo la cola. La luz volvió a salir muchas veces más, hasta que los vecinos entendieron y el hombre supo que no había cómo escaparle a aquello y se entregó solito a la policía. Nunca sabremos si aquella mujer pretendía castigar a su marido o seguía, como yo prefiero creer, buscando compañía que achicara su tremenda soledad. Pero sí sabemos que las ánimas, como la memoria de los pueblos, tienen misteriosas formas de hacer de este mundo un lugar un poco más justo.

Tomado de “Historias mágicas del Uruguay Interior”

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